Por Roberto Montero
Analista político
Artículo de opinión
Pocas veces se reconoce con justicia, la huella profunda que ha dejado la comunidad dominicana en Puerto Rico.
Desde la década de 1960, cuando comenzaron a llegar los primeros inmigrantes y de manera más masiva en los años 80′, miles de dominicanos encontraron en Puerto Rico una tierra donde trabajar y construir un futuro.
Pero también transformaron su economía, su cultura y su cotidianidad de manera decisiva.
Antes de la llegada de esta migración, la actividad comercial en San Juan era muy limitada y los horarios eran estrictos.
La mayoría de los talleres de reparación de neumáticos, cerraban a las 4:00 de la tarde, los restaurantes funcionaban hasta las 2:00 y solo unas pocas cafeterías permanecían abiertas hasta las 7:00 de la noche.
Fue la presencia dominicana, la que impulsó la apertura de talleres, gomeras, cafeterías y restaurantes con servicios de 24 horas, un cambio que no solo generó empleo, sino que dinamizó la vida urbana y modernizó la actividad económica en la isla.
En el ámbito de la construcción, nuestra comunidad aportó manos de obras calificadas y trabajadoras, que hizo posible levantar decenas de edificios, urbanizaciones y comercios que hoy forman parte, del paisaje contemporáneo puertorriqueño.
La contribución cultural ha sido igualmente invaluable, a finales de los años 70 y principios de los 80, artistas dominicanos llevaron el merengue, a los salones de baile y a la radio, creando un fenómeno que marcó generaciones.
Agrupaciones como el Conjunto Quisqueya, La Patrulla 15 de Jossi Esteban y Ringo Martínez y Sandy Reyes, exintegrante de la orquesta de Wilfrido Vargas, abrieron camino en locales emblemáticos como Lomas del Sol Night Club, La Cueva del Chicken Inn, La Rú y el Salón Villarreal.
Este movimiento cultural inspiró a jóvenes puertorriqueños, a crear sus propias agrupaciones en los años 90 dando origen a grupos locales como Grupo Manía, Límite 21, Grupo Karis, Grupo Chantel y muchos otros, que hoy forman parte esencial de la identidad musical de Puerto Rico.
A pesar de estos aportes inmensos, hoy presenciamos con preocupación un clima de deportaciones masivas y de maltrato hacia dominicanos, incluyendo a quienes cuentan con su documentación migratoria en regla.
Esta situación amenaza familias completas, negocios y un legado construido durante más de medio siglo de convivencia y hermandad.
Por eso, con respeto y gratitud, exhortamos tanto a nuestra comunidad dominicana en Puerto Rico, como a los hermanos puertorriqueños que siempre nos recibieron con los brazos abiertos, a alzar la voz unidos y no permitir que la injusticia, el atropello y la discriminación, borren la dignidad de quienes tanto han contribuido a esa sociedad.
Hoy más que nunca debemos recordar que dominicanos y puertorriqueños, hemos trabajado hombro con hombro para hacer de Puerto Rico un lugar más próspero y diverso.
Defender los derechos humanos y la legalidad, no es un favor, es un compromiso moral con la historia compartida.
Si este mensaje le toca el corazón, compártalo y súmese a quienes creemos que la dignidad y el respeto, no conocen fronteras.
El autor es residente en Puerto Rico y posee una maestría, en política pública y presupuesto.